por Sebastián Jorgi
Leer una nueva publicación de Natalia Ginzburg (1916-1991, Italia) me produjo una sensación nostálgica, de reencuentro con aquella escritora que leí de joven. Recuerdo Todos nuestros ayeres, aquella edición de tapa dura, forrada en blanco, de la Casa Fabril. Ahora, me ha llegado de Sudamericana La ciudad y la casa (Lumen, 2017), editada originalmente por Enaudi en 1984. La traducción del texto es de Mercedes Corral y la del Prólogo es de Elena Medel. Un libro donde asoma la vertiente fervorosamente feminista, como bien lo expresó Oriana Fallaci alguna vez, calificando a la narradora de “femme fatale”.
Se trata de una novela epistolar, donde el personaje inicial Giussepe, le escribe a Ferruccio: “He sacado el billete esta mañana. Viajaré el 30 de enero, dentro de un mes y medio. Hace una semana preparé tres baúles. Uno lleno de libros, trajes y camisas… estoy muy contento de irme de aquí y de volver a verte… pero siempre hay un motivo para sufrir”.
La cita textual es para que se note el tono con que escribe este personaje, pero habrá mucho más para entresacar de la madeja de cartas.
La escena se agranda con la aparición de Egisto, Lucrecia, Albina, Piero y Roberta. Se arma un juego de rompecabezas plenos de catarsis emocionales en donde se desnudarán relaciones conflictivas. ¿Una novela psicológica? Sí (qué novela no tiene espasmos en la psicología de personajes, se me dirá). Hay por pasajes, cuadros de melodrama, sin que este aserto sea excluyente. Una novela epistolar que me trae reminiscencias del Neorrealismo Italiano, que deja instancias dramáticas de épocas de guerra y posguerra. Para concluir, extraigo una reflexión de Natalia Ginzburg: “Una casa la puedes vender o dejársela a quien te dé la gana, pero siempre la llevarás contigo”.